lunes, 23 de noviembre de 2009

Columnas al viento

Arturo Guerrero

El Colombiano
27 de enero de 2010

Pasado mañana se rinde en Bogotá la audiencia pública final de juzgamiento contra el sociólogo, escritor y columnista Alfredo Molano, cuya citación ha sido aplazada cinco veces. El motivo de la demanda contra el también documentalista de zapatos tenis, mochila y pelo lacio blanco, fue una columna que escribió hace casi tres años acerca del modo de hacer negocios de la rancia cúpula regional costeña.

El texto, calificado por Antonio Caballero de "costumbrista", repetía temas folclóricos como el contrabando, cantado por los juglares vallenatos; las campañas electorales de borracheras, narradas por novelas; el arrebato de tierras a indios nevados y a negros palenqueros, transmitido de boca en boca desde siempre.

Pura historia patria, sencilla crónica de cómo se ha construido este país de bandidos elegantes, que persiguen y llaman bandoleros a los bandidos pobres. Relato inocente sobre líderes paramilitares y capos mafiosos, que no hacen sino reproducir métodos enseñados y aupados por la cúspide nacional.

Molano cometió la valentía de señalar un apellido. Puso el pecho descubierto a la jauría de abogados de unos notables concretos. Se dejó señalar como chivo expiatorio, se ofreció de redentor como Cristo, y está siendo crucificado. Uno de sus lectores dio en el clavo: "Molano se quedó corto en apellidos". Y pidió que "se repitan molanos por las cuatro esquinas de Colombia".

El columnista acusado es una leyenda en tanto narrador del país profundo, de sus selvas, ríos y trochas. Es probable, así, que pueda allegar pruebas de sus afirmaciones ante los jueces. Lo que es dudoso es que esas pruebas sean científicas y capaces de derrotar el leguleyismo con que se maneja este país santanderista.

Aquí nadie deja pruebas de sus fechorías, y si las deja las compra con dinero o amenazas. Aquí la justicia es un choque de trenes, un vencimiento de términos, un cohecho sin cohechante. Aquí la justicia es como la historia: no está en los estrados ni en los libros de texto, sino en la calle, en el rumor, en las canciones, en los chistes y grafitis.

Y, claro, en columnas de opinión libres, provocadoras, no retractables. Columnas que son como viajes del viento.

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