sábado, 13 de febrero de 2010
Procedimientos de dictadura
10 de febrero de 2010
EN COLOMBIA SE CRITICA, A GRITOS, la conducta antidemocrática de Hugo Chávez.
Justo mirar la paja que tiene el ojo de nuestro vecino pero sin ignorar la viga que le crece cada vez más al ojo propio: allá los legisladores del chavismo dictan normas para rematar a Radio Caracas Televisión. Aquí, un emporio editorial extranjero bota, como perros, a dos directores independientes y clausura una revista de denuncia para hacerles el favor al Ejecutivo y a sus dos precandidatos presidenciales. Allá se exilian periodistas. Aquí también. Allá se acusa a los reporteros inquisidores de “terroristas mediáticos”. Aquí, de “auxiliadores del terrorismo”. Allá crearon las milicias bolivarianas con cuerpos de espionaje que vigilan, entre otros, a la gente indócil de la prensa. Aquí activaron grupos clandestinos en el DAS, tipo “G-3”, para chuzar, amenazar y desprestigiar a los incómodos del periodismo. Allá asedian con impuestos, aquí estrangulan a los medios libres eliminando la pauta oficial o ahuyentando la privada. Allá se privilegia con contratos a los que lavan la cara del régimen. Aquí, es costumbre.
No es posible seguir pasando por alto la difícil situación de la libertad de prensa en este país, a pesar de que los ‘cacaos’ incrustados en los medios sostengan que no sucede nada. Ayer 9 de febrero, día del periodista colombiano, dos reporteros entregaron sus conclusiones, ya en poder de la justicia, sobre el aparato de persecución que les montaron. Claudia Julieta Duque no pertenece a la élite. Por eso nadie le puso atención a su drama que empezó hace cinco o seis años, cuando investigaba el crimen de Jaime Garzón. Duque fue víctima de un plan de amenazas de muerte ejecutado por funcionarios del DAS que eran parte de su escolta. En ese organismo, el CTI encontró el libreto de lo que tenía que decir quien llamara a amedrentarla, tal como lo hizo, al pie de la letra; y en las carpetas rotuladas con su nombre, se evidenció que no había ni un resquicio de su intimidad que no estuviera registrado.
Hollman Morris es conocido por sus valientes programas de televisión y por el asedio que él y su familia han soportado desde 2003. En documentos “secretos” obtenidos durante los allanamientos al DAS, se halló un archivo digno de las peores dictaduras militares. En una página denominada “Cursos de acción”, con dos imágenes de Morris en primer plano, están las órdenes: “Iniciar campaña de desprestigio a nivel internacional a través de comunicados, inclusión de un video de las Farc (un montaje que circuló, en efecto, contra el periodista en Europa), gestionar la suspensión de la visa”. Una carpeta contiene detalles de las actividades de su programa, Contravía; fotos de sus camarógrafos; infiltración de agentes a foros de universidades tan insospechables como la Javeriana, los Andes y del Rosario, con el objeto de conseguir fotografías, grabaciones, textos e identificación de los panelistas colegas de Morris (por ejemplo, Miguel Ángel Bastenier), y del sentido de sus intervenciones. ¡Allí están dos fotos de Michael Fruhling, ex comisionado de Naciones Unidas que fue entrevistado por Morris! Hollman y Claudia Julieta saben lo que sucedió. ¿Por qué calla la Fiscalía que también lo sabe? A esta entidad debe constarle, desde luego, la cacería oficial contra la Corte Suprema, la oposición política, las ONG y más periodistas y columnistas. Pero lo que tiene en los procesos le parece tan escabroso, tan apabullante el poder de los implicados y tan alto el cargo que ostentan, que se asusta y prefiere continuar callada.
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miércoles, 10 de febrero de 2010
Molano et. al.: absolución a favor del periodismo y de la libertad de expresión
ante la absolución del sociólogo y periodista Alfredo Molano
En una acertada decisión, el Juez Cuarto Penal Municipal de Bogotá absolvió al sociólogo, escritor y periodista Alfredo Molano, enjuiciado por la presunta comisión de los delitos de injuria y calumnia. La Fiscalía había acusado a Molano por considerar que incurrió en estos delitos al publicar una columna de opinión en la que hizo un llamado de atención sobre graves problemas políticos y sociales que aquejan a la provincia de Valledupar y a la Costa Atlántica colombiana y relacionó estos hechos con algunas familias de notables de esa región[1]. Según el ente acusador, las opiniones vertidas en esta columna constituían una afrenta a la honra de cuatro personas que se sintieron aludidas por ella, las cuales habían formulado querella penal en contra de Molano por tal razón.
El sentido del fallo, leído en la tarde del 9 de febrero, desestimó la acusación de la Fiscalía, al concluir que no existen pruebas suficientes que permitan aducir que Molano excedió los límites de su derecho a la expresión, pues su columna no tuvo la intención ni el efecto de agredir la honra de los cuatro querellantes.
Esta decisión marca un importante precedente a favor de la libertad de expresión, en tiempos en los que el respeto y la garantía de este derecho han sido amenazados por la utilización de procesos penales como mecanismo a través del cual se pretende acallar la crítica y el control que ejerce el periodismo, de los que el de Alfredo Molano es un elocuente ejemplo, entre otros. Es obligación del Estado evitar que por medio de delitos (como los de injuria y calumnia) se inhiba y ahogue el debate público, piedra angular de la existencia y el fortalecimiento de la democracia. Al respecto, la Comisión Colombiana de Juristas (CCJ) pone de presente que según la Relatoría para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos el Estado debe garantizar que tales delitos sólo podrán aplicarse en circunstancias excepcionales, cuando no haya duda de la real malicia de quien ejerció su libertad de expresión[2].
La CCJ aprovecha esta oportunidad para recordar que, a la luz de los tratados internacionales sobre derechos humanos y de la Constitución Política, la libertad de expresión no sólo cobija bajo su manto de protección a aquellas ideas que son benignas o inofensivas, sino también las que pueden incluso resultar molestas, irritantes o chocantes. Penalizar esta clase de ideas significaría desconocer no sólo el derecho a la expresión, sino también la tolerancia y el pluralismo, características que debe proteger y promover todo régimen que se precie de llamarse democrático[3], como lo ha sostenido reiteradamente la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Bogotá, 10 de febrero de 2010
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[1] La columna se tituló “Araújos et. al.”, fue publicada el 24 de febrero de 2007 en el diario El Espectador. Puede ser consultada en el siguiente link: http://www.elespectador.com/noticias/judicial/articulo184553-nuevo-capitulo-de-pelea-entre-alfredo-molano-y-los-araujo
[2] Ver Principio 10 de la Declaración de principios para la libertad de expresión, aprobada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos durante su 108º periodo de sesiones celebrado en octubre de 2000.
[3] Órgano que interpreta y aplica la Convención Americana sobre Derechos Humanos, de la cual Colombia es parte. Entre otros, ver Caso Kimel Vs. Argentina. Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia de 2 de mayo de 2008 Serie C No. 177, párr. 88.
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domingo, 31 de enero de 2010
"Con Alfredo Molano", del poeta Juan Manuel Roca
BOGOTÁ - El poeta Juan Manuel Roca habló el viernes como testigo de la defensa, en el juicio por injuria y calumnia contra el sociólogo, columnista y periodista Alfredo Molano.
En compañía del ex magistrado y ex candidato presidencial Carlos Gaviria, del ex director del DAS, penalista y también columnista Ramiro Bejarano y de la gramática Adriana Camacho, el poeta esperó desde las 9 de la mañana, sentado en un pasillo de los edificios de los juzgados penales del sector de Paloquemao en Bogotá.
A las cinco y media de la tarde, por fin, le llegó a Roca el turno de intervenir en la audiencia final de juzgamiento, que él llama “audiencia Kafko-costumbrista”. Estaba contrariado porque no le permitieron leer un texto que tenía preparado para el efecto, y que entregamos como primicia a los lectores de MOLANO SOMOS TODOS.
CON ALFREDO MOLANO
No voy a hablar desde el derecho pues esta es una materia que desconozco. Voy a hacerlo desde la visión de alguien que se ha dedicado durante muchos años al ejercicio de la literatura y del periodismo, asuntos que de ninguna manera resultan excluyentes.
Desde esas dos instancias hablaré de la trayectoria de Alfredo Molano, un vocero de mi generación que ha hecho de su vida un ejercicio de búsquedas paralelas de verdad y libertad, que son hermanas siamesas.
Esos dos conceptos no se pueden citar de manera independiente sin que el uno, el ejercicio ético, deje de incluir al otro, el valor civil para enfrentar los despotismos y servidumbres de una sociedad de cuño feudal, como sigue siendo la nuestra. Libertad y verdad en el ámbito del pensamiento son palabras sinónimas, como lo son en el ámbito de la creatividad.
Los periodistas como Molano no tienen y no deben sustraerse de lo emocional, ni de lo que algunos llaman con arrogancia lo subjetivo. Somos subjetivos porque somos sujetos, seríamos objetivos si fuéramos objetos, como dijera con sorna y tino a la vez Gustavo Wilches-Chaux
Lo que Alfredo Molano ha venido haciendo durante años no es otra cosa que rastrear nuestras historias, la pasada y la reciente, dos instancias que encabalgadas conforman nuestro presente. Por algo sus columnas a cada tanto nos traen a la memoria un aserto de René Char, un legendario poeta y luchador por la causa libertaria que afirmaba que “la historia es el reverso del traje de los amos”.
Ese es el reverso del catalejo, la manera que tiene como periodista e historiador Alfredo Molano de ir a la noticia o a la crónica. Su labor cotidiana consiste en ir a la tras-escena de los asuntos, en mirar desde el reportaje, desde la investigación sociológica o la columna de opinión, nuestra realidad. Todo esto que atiende con honestidad y pasión tiene un entronque indudable con una literatura que de ninguna manera es subsidiaria de la ficción.
Por ese motivo, cuando Molano escribe la columna de opinión publicada en el diario “El Espectador”, un escrito que lo tiene en estos bretes inmisericordes y absurdos, lo hace develando la realidad inmediata de una región en un aspecto que por fortuna no es el único de un lugar creativo que le ha dado al país algo más que infortunios. Lo hace, repito, evocando un pasado histórico que ha sido registrado una y más veces por el diarismo y la historia en tiempos recientes. Y lo hace, como lo advierte en su columna desde lo social y no desde lo legal, asunto que sería de la competencia de la justicia y no del periodismo.
Me parece que, en lo fundamental, Molano habló de los conflictos de intereses de una región, lo que ameritaría sin duda la controversia, el debate franco. Lo que sí resulta difícil de digerir es comprobar que una columna de opinión amerite una demanda por injuria o calumnia en lugar de su refutación, en vez de una visión clarificadora que pusiera en entredicho lo afirmado. Esto, en otro medio diferente a la Colombia feudataria y excluyente, daría para un debate de orden filosófico y conceptual sobre los “problemas básicos de teoría ética y política”, en vez de sintonizar con una búsqueda del acallamiento del opositor, con algo que una vez instaurado podría dar paso a la censura o, al menos, al amedrentamiento periodístico.
Cuando hablo de los nexos de la literatura con el periodismo pienso también en algo bien rastreado por la filósofa y maestra en derecho Martha Nussbaum en su libro “Justicia Poética”, donde hace una defensa vehemente de lo literario como un ingrediente refractario al “cientificismo”. La autora norteamericana pide al derecho no rehuir el o lo imaginario o, mejor aún, la imaginación. Ya lo decía con lucidez Hanna Arendt: “la imaginación no inventa sino que descubre relaciones entre los hechos”.
Como ciudadano colombiano, como lector del periodista en mención, como simple escritor, pido que la hora de juzgar a Alfredo Molano se realice una mirada “in extenso” a la singularidad de una obra realizada en beneficio de buscar un mejor país, una consideración a su condición de periodista independiente que ejerce su oficio en un diario que lo acoge, de la misma manera, con pertinaz y democrática independencia.
En más de tres décadas de ejercer el periodismo esta es la primera vez que Molano es demandado por uno de sus escritos y ojalá no sea este un preámbulo para configurar una suerte de falsos positivos con el nombre de delito de opinión.
La yunta de ingredientes periodísticos y literarios es algo que podemos encontrar a lo largo de toda la obra de Alfredo Molano, en sus libros y crónicas, en su periodismo escrito, en su andadura febril por todos los rincones del país desentrañando realidades, creando al mismo tiempo que verdades éticas unas verdades estéticas, ejerciendo así una vocación crítica que le otorga una amplia credibilidad en nuestro medio.
Pocos periodistas como éste más lejanos del estatismo de escritorio, más lanzados a recorrer los caminos de Colombia que tantas veces son caminos desplazados, comarcas ajenas a la realidad de quienes ejercen un periodismo de avestruz, en un ejercicio pasivo de continuas fugas y escapismos.
Martha Nussbaum se pregunta si sirve de algo “en un clima político lleno de prejuicio y odio” apelar a la imaginación literaria en medio de exclusiones extremas y de opresiones del mismo talante. La debatida idea de que cada quien tiene su historia individual, que casi nunca se entrevera con la historia colectiva, conduce sin duda al despotismo ilustrado y a pensarse por fuera del juego democrático donde la primera baja es, ya lo sabemos, la verdad. La siguiente baja, sin duda, será la solidaridad o el querer desmembrar más la sociedad enquistando en ella la delación y la desconfianza a un mismo tiempo.
Una columna de opinión no es cerrada ni aspira a razonamientos de orden científico. Cada contexto incluye una mirada que no tendría por qué excluir lo subjetivo. Incluye, a veces, como en el caso de la columna de Molano que hoy nos reúne en litigio, un aspecto satírico que no debería ser leído en puridad de forma exclusivamente naturalista, como si se tratara de la reproducción milimétrica de un asunto, pues se trata de la obra de un columnista y no de un fabricante de espejos.
Esto es algo que, una vez, más, aproxima a la literatura y el periodismo. Cuando Swift escribe su extraordinario libelo “Modesta proposición para impedir que los niños de los irlandeses pobres sean una carga para sus parientes”, nadie, por inmediatista que sea, dejará de pensar que se trata de una sátira, de un alegato desde la imaginación para una reflexión de orden moral. Un escritor, un periodista, es antes que nada alguien que lucha contra la apatía. Alfredo Molano ejemplifica bien esa figura.
Juan Manuel Roca
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jueves, 28 de enero de 2010
El caso Molano y el error de los Araujitos
Escarbando - Columna de opinión en El Espectador, 28 de enero de 2010
por María Teresa Herrán
MAÑANA VIERNES A LAS 9 DE LA MAÑANA, de no postergarse de nuevo la audiencia, estaremos en el juzgado 4 penal municipal (Paloquemao, bloque C) acompañando física o simbólicamente a Alfredo Molano quienes creemos que a la opinión, salvo excepciones legales y desarrolladas por la jurisprudencia, no hay que judicializarla ni condenarla.
Si fuera cierto lo que alegan los Araujitos del clan (y empleo el diminutivo porque son jóvenes, “no va y sea” que me coloquen otra denuncia penal), toda opinión sobre cualquier tema de análisis social sería objeto de judicialización por calumnia. En cuanto a la injuria, no daría abasto el poder judicial en un país de bocones y grosero como el nuestro, en el que, además, a cualquiera se le llama “terrorista“. Y más ahora cuando, según el gran “hallazgo” de la Inseguridad democrática, se le daría a los estudiantes la misión pagada de “informar” sobre personas sospechosas para el régimen.
Expresar libremente sus opiniones sólo tiene el límite impuesto por la actitud responsable de quien opina. El error que cometieron estos novatos fue creer que Alfredo Molano es un irresponsable. Tal vez no han leído ninguno de sus libros, ni se percataron de esa minuciosa hormiga que es como investigador. Describir la endogamia política y el nepotismo no es un delito sino que, por el contrario, previene el delito y fortalece la madurez ciudadana.
Aunque sucede en otras regiones del país, en el caso del Cesar no sólo Molano, sino ese muy buen escritor que es Alonso Sánchez Baute, han mostrado las causas sociales, como el nepotismo y la endogamia, que terminan por producir y enfrentar a un Jorge 40 y a un Simón Trinidad.
Las denuncias temerarias tienen a veces mayores efectos e impactos simbólicos que las causas sociales de la injusticia; pueden ser un instrumento de ataque político como la que entabló el Presidente de la República contra el magistrado Velásquez, en una estrategia que busca minimizar lo importante y magnificar lo subsidiario.
Mucho depende entonces de lo que suceda mañana y de lo que luego falle el juez, en un proceso que lleva tres años.
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domingo, 24 de enero de 2010
Los inconvenientes de la verdad dolorosa
Por Constanza Vieira
El 25 de febrero de 2007 –va a hacer tres años- mi amigo Alfredo Molano Bravo, sociólogo, escritor y periodista, escribió una columna para el periódico bogotano El Espectador.
Era una columna como todo lo que él escribe cotidianamente: señalando orígenes, situando historias, proporcionando luces de entendimiento y líneas premonitorias. La columna de Molano hablaba de aquellas familias de la farándula económica, política y paramilitar que hace tiempo gobierna a Colombia a punta de combinar colectivamente elecciones con negocios, corrupción, crímenes y despojo. El término “colectivamente” es importante en esta historia, mientras el verbo “combinar” ha caracterizado siempre la historia del poder en este mi país (y lo sigue haciendo).
Llamándolos “notables” y “nobles”, Molano se refirió como ejemplo a varios apellidos de la Costa Atlántica que han hecho y deshecho, generación tras generación (y que siguen haciendo), así ahora pongan cara de santurrones.
En ese febrero de 2007, cuando Molano escribió su columna Araújos et al en El Espectador, sucedía que el padre y el hermano senador de la Canciller, “La Conchi” Araújo, estaban en la mira de la justicia por paramilitarismo.
Ante la presión de Estados Unidos había rodado la cabeza de “La Conchi” y el presidente Uribe había nombrado a otro Araújo como Canciller.
El nuevo ministro de Exteriores, Fernando Araújo, se había liberado hacía muy poco tiempo de un secuestro de seis años de las FARC. Las FARC, con ese secuestro, a su vez habían librado a Fernando Araújo de un enjuiciamiento por corrupción, relacionado con un caso cuyos términos judiciales acababan de prescribir cuando éste se le voló a la guerrilla en medio de un ataque de la fuerza aérea.
La columna de Molano comenzaba diciendo que unos Araújo no tenían que ver con otros como familia consanguínea, pero tenían, sin embargo, las mismas mañas al hacer sus negocios. Las mismas formas de nombrar parientes en puestos claves del Estado, ese gran ponqué para repartir entre todos ellos.
En su escrito, Molano mostraba que las élites regionales son muy poderosas en Colombia; que mantienen una fuerte injerencia política y que se sostienen gracias a un conjunto de arbitrariedades que los gobiernos, como es natural, no ven.
A pesar de que por ahora no se les conoce ninguna ejecutoria, ni buena ni mala, unos jóvenes pertenecientes a la familia de “La Conchi” se sintieron aludidos con aquello de “notables”.
Son cuatro, el menor de ellos de 25 años. Son primos de los Araújo, o primos de los Molina o de los Castro, o sobrinos de los Araújo, o tíos de los Molina, o de los Castro, o todos los anteriores: vaya usted a saber. En todo caso su destino, si a bien lo tienen, es ser los dueños en su región –repito que por herencia, y no necesariamente por méritos- de eso que aquella farándula denomina “la política”.
Estos jóvenes Araújo, o Molina, o Castro quieren hacer, parece, su debut profesional para darse a conocer nacionalmente y entrar por puerta grande a los salones festivos y a los asados domingueros donde se reparte el presupuesto nacional.
Han escogido un blanco fácil, cómo no.
Molano es vulnerable porque es toda una rareza. De esa gentuza, you know, que pone sus principios por encima de las conveniencias personales. Quizá es culpa de su maestro, el principal sociólogo colombiano Orlando Fals Borda, que en agosto de 2008 nos dejó sin él. Fals decía que Colombia “necesita que se diga la verdad, así sea dolorosa, y aunque produzca serios inconvenientes a aquellos que se atreven a decirla”.
Eso lo escribió Fals en el prólogo de “La Violencia en Colombia – Estudio de un proceso social”, investigación conjunta con el obispo Germán Guzmán y el jurista Eduardo Umaña Luna, que recoge la memoria histórica de la raíz de esta guerra nacida en 1946. Cuando ese libro salió a circulación en 1962 Valencia, el presidente de entonces -muy admirado hoy por el fascismo colombiano- ordenó apostar tanques de guerra en la Plaza de Bolívar de Bogotá.
Todo indica que Molano le aprendió a Fals Borda. Detrás de su nombre hay un prestigio merecido. Hoy, Molano es un icono de la intelectualidad colombiana de izquierda.
Los niños Araújo, como los llamamos, entablaron una querella contra Molano, por cuenta de su columna Araújos et al.
Primero le propusieron una conciliación, que consistía en que Molano escribiera una columna que a ellos les gustara. Ellos le iban a introducir correcciones hasta aprobarla, Molano debía publicarla con su firma en El Espectador y asunto concluido.
Pero Molano, autor de más de 15 libros, cronista apetecido, el sexto columnista más influyente del país según la encuesta Panel de Opinión (enero 2010), se negó a jugar con su principal patrimonio que es precisamente su firma. No aceptó a los Araújo como censores de su trabajo. No aceptó la mordaza y nos dio prioridad a sus lectores, cómo les parece.
A los niños Araújo les ofreció ir a la región, hacer una investigación y precisar –no negar- lo afirmado en la columna. En esa labor, Molano hablaría con ellos. Los jóvenes rechazaron el trato tan riesgoso, y el juicio contra Molano por calumnia e injuria comenzó.
¿Por qué Molano no consideró la posibilidad de negar sus afirmaciones? Pues porque es que cuando uno viaja por allá -a la deslumbrante tierra vallenata, territorio garciamarquiano en el departamento del Cesar, al sur del desierto de La Guajira y de la Sierra Nevada de Santa Marta y pegado a Venezuela- la gente lo que le dice a uno es que todo lo que se diga sobre todas esas familias que mandan en la región es verdad. Que Alfredo Molano se quedó corto. Lo sostienen, pero sólo si se les resguarda la identidad. No hay garantías para los testigos.
Fue así como Molano conoció el mundillo kafkiano y cuasi incomprensible del código procesal, los pasos, las mediaciones, los términos, las instancias.
En el juicio, Molano es el “victimario”. Lleva desde mayo de 2007 sometido periódicamente a sentarse en la misma silla donde minutos antes –por ejemplo- se sentó un hombre que violó a la hija o mató a la mamá.
Él dice que se siente disminuido por ese sólo hecho. Yo lloro desde que comienza la audiencia hasta que termina, sentada tomando apuntes en primera fila en los asientos destinados al público en el juzgado. “Es que ella llora por todo”, dice Molano, y es cierto. Lo que llama la atención es la propiedad con que manejan el escenario los niños Araújo. Se perciben como que fueran ellos quienes le dieran empleo al juez.
El apoyo nacional e internacional que se le ha dado a Molano ha sido crucial para él.
Ahora se anuncia nuevamente que el 29 de enero será la audiencia pública de juzgamiento en su proceso, el veredicto final.
Fuera del drama personal, están en juego en este juicio cuatro penas duras contra Molano: una multa, una indemnización a las “víctimas”, que son los herederos de los clanes Araújo y Molina, y la cárcel.
La cuarta pena es más grave que todo eso junto: la prohibición y la mordaza. La prohibición de escribir.
Para gente como Molano (o como yo), “dejar de escribir es un poco dejar de vivir”, en sus palabras. Escribir (contando encuentros y descubrimientos) es nuestra forma de vida económicamente y emocionalmente; es nuestra ciudadanía.
Pero lo que se está jugando la sociedad colombiana en el juicio contra Molano no es menos costoso.
Ha quedado probado que al gobierno de Álvaro Uribe le incomodan, le fastidian y le irritan no sólo las investigaciones de la Corte Suprema de Justicia y de la Fiscalía, sino también las denuncias de defensores de derechos humanos y de periodistas y los señalamientos de la oposición.
Esa viscosidad incalificable que está detrás del gobierno colombiano actual, y que se ha tomado el parlamento y otras cosillas, anda buscando en este, y en otros numerosos casos, una jurisprudencia que restablezca el delito de opinión, en contra de la libertad de opinión y de la libertad de prensa.
La viscosidad quiere cobrarse una pieza, el valioso Molano. Y sentar un precedente; conseguir una herramienta jurídica para poder intimidar a los columnistas. La viscosidad necesita poder actuar legalmente sobre la gente que opina, esa gente peligrosa cuya voz circula e influye.
La opinión no necesita pruebas. El periodismo investigativo está obligado a mostrarlas, asunto complicado cuando no hay garantías para las fuentes y los investigados combinan todo lo que dije arriba. En Colombia la información investigada está en las principales columnas de opinión -menos reguladas incluso desde el punto de vista periodístico- y en los libros. La opinión y los libros siguen siendo vistos en el mundo como altares de libertad, y por eso en Colombia se habían atrevido menos contra ellos.
Ya han sido aplazadas cinco audiencias finales en el juicio contra Molano. Quizá haya fallo adverso el día que los lectores de Molano se cansen de ir al juzgado para estar ahí, presentes con su apoyo. Pero tal vez la justicia considere que su deber es preservar la libertad de opinión, y por esa vía ayudar a cuidar “la verdad, así sea dolorosa”.
Para quienes estén ese día por acá en Bogotá:
La audiencia pública es el viernes 29 a las 9:00 a.m.
Juzgado Cuarto Penal Municipal
Paloquemao
Carrera 29 No. 18 A – 67
Bloque C
Piso 4, sala 2